viernes, 24 de julio de 2009

De vuelta...

Sentir la inmensidad de un fiordo, estar en el último peñasco al norte de Europa... más allá... el ártico, calentarme los pies en una grieta entre la lava solidificada, presenciar la actividad de un géiser y recibir una buena ducha de regalo, ver una ballena en alta mar, observar a los frailecillos bajo mis pies, sentarme al borde de un acantilado imposible rodeada de miles de gaviotas, calentarme al sol de medianoche, encontrarme ante un inmenso glaciar......

Estas son algunas de las sensaciones con las que me quedo después de este precioso viaje. Desde el fiordo de Geiranger hasta el Cabo Norte, en Noruega, el punto más septentrional del continente europeo, navegar hacia Islandia, esa isla con el corazón de fuego y piel de glaciar, recorrer las islas Orcadas, la Shetland, al norte de Escocia, respirando naturaleza pura, campos verdes salpicados de ovejas, cielos plenos de aves marinas, Y alrededor el mar, siempre el mar... mar del Norte, mar de Noruega, océano Ártico, muchos días bravo, otros liso y suave como la seda... las tardes sentada ante el mar mientras navegas con un buen libro en la mano... mirando al mar... como cuando miras el fuego de una chimenea, que te hechiza con su baile de llamas... El mar hechiza, te hace mirarlo durante un tiempo infinito, sosiega, relaja el cuerpo y el espíritu... Descanso...

El sol desciende en el horizonte, la luz se va apagando, el tiempo se enlentece, se para, el sol ya no desciende, allí está colgado en el cielo, con esa luz dorada tan especial de un atardecer eterno. Y sientes que el tiempo cada vez va más despacio, no hay prisas, la noche no llega y sientes que tienes todo el tiempo del mundo ante ese sol perenne. Una sensación única.

Te obligas a ir a dormir, al día siguiente habrá mucho más que sentir.