lunes, 29 de febrero de 2016

El trigal de Sombra





El trigo de tu trigal está ya crecido, igual que hace un año, cuando iba a buscarte y no te encontraba.  Entonces iba a tu trigal, el último rincón del mundo donde te aislabas, donde te echabas y te dejabas ocultar por el verdor de las espigas.

Y yo llegaba ansiosa llamándote… ¡SOMBRA!  Entonces asomabas tus orejas negras recortadas sobre el verde y me mirabas desde lo lejos, sin levantarte más… ¿para qué?  Galgo ocioso, ese era tu lugar secreto, tu lugar seguro, y yo te había encontrado.  Pero aquel trigal era tuyo, y sabías que yo me conformaba con mirarte, con ver tu cabeza asomando entre las espigas.

Ese era el final de mi rutina contigo, mi querido Sombra.  Desde esos primeros días de 2015 casi todas mis tardes eran para ti.  Con mi cubo de rescate repleto de pienso, salchichas, a veces paella… lo que pillara, me lanzaba en tu búsqueda.  Ya te encontraba casi cada día, dónde los guardas… “Buenas tardes, Miguel, está por aquí?”  El saludo era seguido de un sonido de cancelas abriéndose, y yo pasaba con mi coche a callejear por aquel recinto de parcelas.  Llegaba al fondo, cogía a la derecha y contaba una, dos y tres a la derecha otra vez… y a pie ya te llamaba “¡SOMBRA!” Y por allí aparecía tu negra cabezota, tus orejas perfectas, por allí estabas ocioso casi cada tarde.

Otras tardes me cruzaba contigo por la carreterita, tú siempre andando por medio, era pavoroso verte.  Pero ibas derecha, izquierda, derecha, izquierda, esquivando coches según los veías venir a lo lejos.  Y cuando llegabas a la esquina de la calle que da al canal girabas y ya te perdía, porque tus pasos veloces de galgo eran inalcanzables.  Cuando por fin llegaba al canal ya habías pasado el puente y te habías camuflado entre el trigo.  De nuevo te llamaba… “¡SOMBRA!”, y cuando veía tu negro perfil contra el verde ya me iba feliz a casa.  Qué extraña sensación, como si te dejara en un lugar seguro, como si con verte tuviera bastante.  Hasta mañana, mi rey, descansa.

Meses antes nos veíamos en otra zona, más cerquita de casa, verdad, cariño?  Incluso te podía ver algunas tardes desde mi ventana, o te ponía comidita en el olivar de abajo.  Alguna siesta hemos pasado allí tumbados en la hierba, verdad, mi niño?  Hasta que perezoso y orgulloso te levantabas con esa belleza indescriptible, con esa negrura infinita, y te alejabas casi sin mirar atrás.  No me necesitabas, verdad, mi cielo?

Durante dos años te vi en tu árbol… fíjate, tu trigal, tu árbol… tu… tu… Ese árbol ha sido testigo mudo de tantas cosas… Intentos de rescate propios y ajenos, atropellos, peleas con otro galgo, pero sobre todo era dónde tú sabías que yo no te iba a fallar, dónde tú sabías que siempre habría un puñadito de pienso para ti.  La otra tarde fui a tu árbol, y simplemente puse mis manos en su tronco.  Tu nombre salía de mis labios sin cesar, como una corriente de energía desde la tierra a mis manos, a mi boca y a mis ojos.

Te veía por todos sitios, por cada rincón de estos campos, por las calles.  Te recuerdo en absolutamente todos los lugares donde te vi, que fueron todos.  Cómo voy a olvidarte, si tu sombra sigue vagando como un fantasma por donde vagabas, si te sigo viendo por donde te veía, si es imposible creer que no estás.

Me juré que un día te quitaría ese collar.  No lo cumplí, porque te lo quitaron sedado, no era fácil despegar ese cuero de tu piel.  Pero ahora mismo tengo ese collar en mi regazo, siempre en mi escritorio, siempre ahí, siempre presente.  Y me pregunto ¿De verdad este era su collar? El collar del inalcanzable Sombra, del mítico Sombra, del legendario Sombra… Y sólo queda de ti ese collar.  Ese collar y miles de recuerdos que me niego a olvidar.  Porque contigo hubo un antes y un después en mi vida, porque significaste tanto tanto tanto para mí.  Porque te debo que hoy sea como soy.

Han pasado cuatro meses desde que cruzaste el arcoíris, no sé si donde estuviste te recordarán o sólo has sido una sombra en sus vidas.  Yo a día de hoy te puedo decir que te recuerdo cada día, que te lloro casi a diario, y que no sé cuándo lo voy a superar.

Sólo espero que realmente murieras siendo querido y mimado.  Ese es el único consuelo que puedo tener.  Bueno, ese y un último guiño del destino que tan cruel fue contigo, pero que me permitió despedirme de ti entre besos y decirte que te quería, mi amor…