miércoles, 24 de septiembre de 2008

Para mis niñas


Hay cosas en la vida difíciles de describir, sentimientos, emociones que no se pueden expresar en toda su magnitud. Y sin embargo a veces sentimos la necesidad imperiosa de transmitir a los demás lo que sentimos, y no sabemos cómo… no hay palabras de las dimensiones que necesitamos para relatar lo que ocurre dentro de nuestro corazón.
Y eso es lo que ocurre cuando quiero hablar de mis hijas, de lo que son para mí, de lo que suponen en mi vida.
Creo que no hay un solo día en el que no me emocione viéndolas dormir. Antes de irme a dormir no puedo evitar entrar en sus habitaciones y mirarlas… Me parecen las niñas más hermosas del mundo, transmiten serenidad, paz, belleza, ternura, y me resulta imposible no abrazarlas, besar sus mejillas, acariciar su pelo. Es en esos momentos cuando siento esas intensas sensaciones que no se pueden expresar.
Mi corazón se hincha de felicidad, mis ojos se nublan de lágrimas, y me siento profundamente agradecida a la vida, porque ésta, a pesar de sus maldades, me ha ofrecido la felicidad con estas dos hijas.
A veces pienso que qué habré hecho yo en esta vida para merecerme estos dos regalos. Mis hijas son dos regalos de la vida, dos milagros. Llegaron a mí… y me pregunto qué cuántas vueltas ha tenido que dar el mundo para que nos podamos encontrar.
Acaricio sus pieles de seda, miro sus ojos rasgados, y pienso que cómo es posible que tantos elementos se hayan confabulado para que nos hayamos encontrado… a pesar del tiempo, de la distancia… el hilo rojo que nos unía terminó uniendo sus cabos.
Son pocos los años que llevan con nosotros, pero podría jurar que llevan toda mi vida. Y es que no concibo la vida sin ellas. ¿Cómo podía vivir antes? Y sí, vivía, sé que vivía. Pero una vez que llegaron a mi lado todo lo anterior se emborronó como en un sueño. Ellas son el pasado, el presente y el futuro, mi vida es para ellas, el mundo gira para ellas.
¡Y cuántas mañanas después de dejarlas en el colegio me marcho con las lágrimas saltadas y con el corazón pletórico de felicidad! Es algo también indescriptible: las veo entrar en el patio del colegio, con sus babis fruncidos parecen dos pastelitos, recién peinadas, con su piel brillante a la luz de la mañana, con sus pasitos cortos y elegantes, cuando llegan a la puerta del fondo se vuelven y me lanzan un beso con las manos. A veces María se vuelve y me grita: Mamaaaá, te quieeeroooo. Y entonces yo miro a mi alrededor para ver si alguien más ha visto el tesoro de hijas que tengo.
Me transmiten todo el amor del mundo, más del que les cabe en sus cuerpitos pequeños. Nunca me falta un beso, un abrazo, un te quiero. Nunca pensé que ser madre fuera algo tan gratificante, tan glorioso, tan hermoso. Y es que como tantas cosas en esta vida hasta que no se viven no se pueden sentir en toda su plenitud.
Para mis hijas con todo el amor del mundo, todo mi amor para ellas.